"Nosotros no poseemos la verdad, es la Verdad quien nos posee a nosotros. Cristo, que es la Verdad, nos toma de la mano". Benedicto XVI
"Dejá que Jesús escriba tu historia. Dejate sorprender por Jesús." Francisco

"¡No tengan miedo!" Juan Pablo II
Ven Espiritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu para darnos nueva vida. Y renovarás el Universo. Dios, que iluminaste los corazones de tus fieles con las luces del Espíritu Santo, danos el valor de confesarte ante el mundo para que se cumpla tu plan divino. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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martes, 4 de diciembre de 2012

Los Pesebres de Navidad en la Ciudad de Buenos Aires - Segunda Parte





 Por Horacio Jorge Recco (*)

Mucho han variado las costumbres desde hace medio siglo, perdiéndose la sencillez primitiva –como anotaba Juan de la Cruz en un trabajo sobre La Nochebuena de antaño- y la ciudad cosmopolita de hoy no es la Buenos Aires en que todos formaban una sola familia.

Antaño era muy diferente. La fiesta era más familiar. Desde las primeras horas de la tarde del 24 de diciembre comenzaban los preparativos de la cena que cada cual se esmeraba en hacer más abundante y suculenta. En medio de la mayor alegría pasaba el tiempo y solía interrumpirse la sobremesa con el repique de las campanas de la parroquia llamando a la misa de gallo. Todos salían entonces y se encaminaban a la Iglesia, amos y criados, llevando éstos la alfombra para arrodillarse las señoras y las niñas. Se echaba la llave a la puerta, y el sereno, que con chuzo y linterna recorría la cuadra, cuidaba tanto de cantar las horas como de velar porque nada ocurriera en las casas confiadas a su custodia. De regreso a los hogares divertíanse los mozos en golpear con los tremendos aldabones en las puertas de las casas, y hasta algunos más traviesos cambiaban las chapas de algunas puertas, pero estas bromas no tenían mayor trascendencia.

El día primero de Pascua o propiamente dicho de Navidad, abríanse los nacimientos que eran muchos y algunos de ellos muy notables, como el que los padres franciscanos disponían en la Iglesia de su convento. Allí podían verse artísticas figuras, producto de la famosa cerámica granadina, pastores y pastoras con sus ofrendas, los reyes magos en briosos caballos con lucida comitiva de pajes y camellos, sin faltar el famoso ventero que rehusó hospitalidad a la Sagrada Familia, ni el grupo de zagales sorprendidos en su frugal cena por el aviso del ángel.

En el establo el grupo consabido rodeando el lecho de pajas donde descansa el Niño Dios; encima la leyenda: Gloria in excelsis Deo, y sobre todo ello la estrella famosa que guiará a los Magos.

La gente visitaba los nacimientos de las Iglesias y después iba a ver los particulares.

Entre ellos había uno muy famoso, y era el dispuesto por Tía Carmen, negra africana que vivía en el barrio del Mondongo (hoy parroquia de Montserrat y Concepción). Al nacimiento de Tía Carmen iban en procesión los demás negros de Buenos Aires, llevando en andas las imágenes de San Baltasar y San Benito. Allí tocaban sus orquestas y frente al pesebre del Niño Jesús bailaban sus danzas africanas.

Los nacimientos del barrio negro eran armados sobre mesas pequeñas, se les colocaban velas y un platillo, donde los visitantes dejaban alguna moneda. Las puertas abiertas o los ventanales dejaban descubrir el nacimiento desde la calle y no faltaban flores, ni grupos de vecinos que armaban tertulias bochincheras en la misma puerta.

Al espíritu abierto y comunicativo de la Navidad de antaño, enfrentamos en nuestros días un mayor recogimiento. El tiempo todo lo transforma y así las costumbres tradicionales se van alimentando de renovaciones curiosas. La consagración de pesebres –si bien en gran número y con dos definidas orientaciones, el llamado pesebre bíblico y el popular, que puede sufrir personalísimas alteraciones bíblicas y el popular, que puede sufrir personalísimas alteraciones- se ha conservado para una mayor intensidad, ya que cada familia lo levanta sin proyectarse al exterior de su círculo. Se abren a un grupo de amigos, a los vecinos o conocidos, que año tras año, concurren, sin tener por ello la exteriorización más popular y amplia de nuestras provincias. Las antiguas serenatas, las visitaciones, los fuegos de artificio –trasladados a la despedida del año, una fecha de ruidosa manifestación- van desapareciendo. A ello parcialmente se ha sumado la ornamentación del llamado árbol de Navidad, con sus luces y colores, con sus regalos y su nieve falsa. Además van surgiendo otros complementos que aparecen para Navidad como ser, las guirnaldas, las campanas, el papá Noel, Santa Claus con traje llamativo y una bolsa de obsequios- juguetes que pueden esperarse de su visita o de los Reyes Magos, señalando para los niños un mundo de fantasía especial-, los cambios introducidos en las comidas de esta fecha, y que nos acercan a otras latitudes, tanto como la sangre inmigratoria arrastrada por corrientes de diversas partes del mundo. Sumando encontramos que Buenos Aires, se proyecta como una ciudad universal, que las viejas costumbres se alteran paulatinamente, que nos dejamos llevar sin oposición especial, por una renovación más visualizada y materialista. Así el sentimiento colectivo, como ciudad desaparece, se refugia en el recogimiento individual o se da con los cordiales augurios remitidos en tarjetas postales.

Extensa y dificultosa sería la enumeración de las características de los pesebres porteños, ya por su cantidad, como por la riqueza diferencial de los mismos. Recordamos l pasar el nacimiento de Hebe Pirovano de Girondo, con sus figuras sigmées de artistas napolitanos; las imágenes criollas litoraleñas que contiene el de la familia González Garaño; las cuzqueñas en papier maché de Manuel Mujica Láines; las criollas de la familia Schenone; las bíblicas recreaciones de la familia Jouly, de gran artesanía y minucioso encanto, con centenares de personajes; la escenografía, la movilidad del niño, el asno, el buey, los cielos y las escenas previas al nacimiento, que proyecta Esteban R. Musizzano; el realizado por Atilio Vendramin, donde aparece la Virgen depositando al niño en la cuna, con una Belén reconstruida en cartón corrugado; el de la familia José Malaponte, sumamente poética, con un clima de paz y serenidad, construido solamente por las tres figuras del Misterio, dentro de un pasisaje que lo envuelve; el pesebre de escuela napolitana con profusión de edificios y figuras que creara Emilio Lastrade y que permanece armado como homenaje y recuerdo a su memoria; las figuras talladas en madera por el pesebrista Bruno Daneluzzo, con un concepto moderno y buena estilización; la composición y los detalles cuidados que ofrece el armado por Celina Lorenzo; o el pesebre de gran tamaño que organiza Jorge Arnoni.

Otra de las características podrá ser el pesebre al aire libre, como el de Pascual Colangelo, de tipo napolitano muy popular. La ingenuidad y la anécdota dan sobre la presentación de sus elementos: gruta, rocas, lecho del río, edificios, todos realizados en cemento. Una cascada, figuritas antiguas italianas, un molino y juegos de agua; o Luis Di Pasce, característico por su paisaje construido con barro amasado, pesebre de pocas figuras.

Citaremos como complemento para situar a los pesebres en Buenos Aires, los que ofrecen año tras años: la familia Aldao; Castimeira de Dios; Baccaglioni; Costa; Calabresse; Cóllera; Della Raggione; Meredíz; Blanco; Pinel;  la señora de Espinoza; de Waisman, de Schultz; Elsa Montes de Oca; Gloria Zabaleta; María Elena Manghi; Dolores G. de Dios; Jorge Bernardo; Antonio Castiglioni; Alfredo Boeri; y otros.

La mayor característica que ofrecen los pesebres, en la Navidad argentina, es el sentimiento común del festejo hogareño. La familia recuerda el advenimiento con una paz comunicativa y deposita su ofrenda espiritual en las figuras simbólicas que armonizan la escena bíblica. Los villancicos repiten, una y otra vez, el milagro de Belén; una estrella, especialmente colocada, deslumbra y trasmite una oración, mientras la palabra se prolonga en la serena contemplación de María, con amor maternal y reverenciando al Niño; en José, estático con emoción silenciosa; o en el Niño; ternura y sonrisa, símbolo de la salvación del hombre.



(*) Fuente: La Navidad y los Pesebres en la Tradición Argentina. Dirigido por Rafael Juena Sánchez. Hermandad del Santo Pesebre - Buenos Aires - 1963 - Páginas 70 a 73. 

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