"Nosotros no poseemos la verdad, es la Verdad quien nos posee a nosotros. Cristo, que es la Verdad, nos toma de la mano". Benedicto XVI
"Dejá que Jesús escriba tu historia. Dejate sorprender por Jesús." Francisco

"¡No tengan miedo!" Juan Pablo II
Ven Espiritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu para darnos nueva vida. Y renovarás el Universo. Dios, que iluminaste los corazones de tus fieles con las luces del Espíritu Santo, danos el valor de confesarte ante el mundo para que se cumpla tu plan divino. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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martes, 4 de septiembre de 2012

El zorzal y las antenas (Cuentos y Relatos)

El Zorzal común
Que no te dé pena. Es la ley de la vida. Nadie puede regresar a la primavera del pasado. 

Sólo el que avanza puede reencontrarse con las primaveras; aquellas que también avanzan hacia nosotros. 

Diría que sólo la vida permite el reencuentro.
Cada tanto retorno a Avellaneda. A la del norte. Aquella que el nono gringo soñó cuando dejaba su Italia ancestral, y aceptaba como terruño para sus hijos la tierra de los zorzales y los guazunchos.
Fue en enero de este año; en ese mes en que el Paraná asolaba el litoral, y la sequía quemaba lo que la inundación no destruía. 

Porque así es nuestro norte: tierra de contrastes, a veces violentos. Igual que la juventud. Territorio fecundo con mucho de nostalgia y bastante de ansiedad. Profundo deseo de comunión, y honda sensación de soledad. Algo así como si la historia cinchara para adelante, y la geografía tironeara hacia atrás.
Cada vez que regreso a Avellaneda constato el brotar pujante de las antenas. Casi de cada morada humana se levanta la mano abierta de una antena de televisión, buscando atrapar la realidad novedosa que nos comunica y nos masifica a la vez. Es ley de la vida. Necesidad de crecimiento.
Quizá fuera por eso que aquel zorzalito me impactó tanto. Su canto llenaba todo el barrio en la madrugada caliente. Desde el camping, frente a mi casa, hasta la misma Iglesia, su canto limpio aleteaba sobre la confusa mezcla de los otros ruidos. Lo busqué rastrillando con la mirada los árboles chicos y grandes. Y finalmente lo descubrí parado en la parrilla de una antena. Pequeñito, allá en la altura, su voz joven y telúrica anunciaba algo distinto y quizá más auténtico que todos los programas de televisión. Desde la misma antena, también él proclamaba ingenuamente su gana de vivir y su necesidad de amor.
Era un canto sano, que le nacía de adentro. Sólo que, para captarlo no bastaba con conectar un aparato. Era preciso encender un corazón.
Al partir de Avellaneda me traje dos temores y una esperanza. Temor de que me lo silencien de un gomerazo, o de que lo sobornen con alpiste para que cante desde una jaula.
La esperanza la convierto cada día en oración: ¡Señor Dios: que mi zorzalito norteño no se muera nunca!
Me interesa vivamente el proceso que están realizando los jóvenes del norte. Su integración es cada día más fuerte para con el resto del país a través de sus estudios terciarios y de capacitación profesional. Muchos de ellos, como yo, buscan en las aulas del sur una ampliación de sus horizontes.
Pero es fundamental para la identidad de nuestra zona que no se nos muera nunca dentro del alma, y por sobre las antenas de nuestra inteligencia, el canto limpio de nuestros zorzales terruñeros.
¡Cuidado con el gomerazo!... aunque le tengo más miedo al alpiste.

 por Mamerto Menapace, publicado en Cuentos Rodados, páginas 73 a a 75 Editorial Patria Grande.

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